PLÁSTICOS

La historia de una herencia impuesta

Crecimos rodeados de plástico. Lo compramos, lo usamos y lo descartamos…sin pensar demasiado en qué ocurre después.
El problema es que el plástico no desaparece con la basura. Cambia de forma, se transforma, sigue circulando. Y muchas veces, termina donde menos lo imaginamos.

Esta cápsula no busca señalar culpables, sino entender qué hacemos con lo que heredamos… y por qué no da lo mismo quedarse con los brazos cruzados.

No se trata de héroes ni de villanos, sino de decisiones.

RECETA SECRETA

Lo usamos todos los días. Está en el vaso descartable del café, en la funda del celular, en el cepillo de dientes. Son objetos comunes, cotidianos, tan incorporados a nuestra rutina que pasan completamente desapercibidos.

Pero vale la pena detenerse un momento y hacerse una pregunta muy básica: ¿de qué están hechos realmente?

Porque lo que parece casual, descartable, liviano… no nace en una fábrica como podríamos imaginar, sino en las profundidades de la Tierra: petróleo, gas y millones de años de historia comprimida.


Más del 90% del plástico que se produce en el mundo… proviene del petróleo o el gas natural (fuente fósil). Existen alternativas, sí. Aunque no alcanzan.

Un sistema centralizado

Créditos: PlasticsEurope

¿Cuánto plástico producimos?

75 años de industria del plástico

Producción de plásticos a nivel mundial entre 1950 y 2023 (millones de toneladas métricas)

Desde mediados del siglo XX, el plástico ha crecido de forma sostenida, superando la producción de cualquier otro material.

En apenas poco más de sesenta años, hemos superado los 400 millones de toneladas anuales. Si esta tendencia continúa, para 2050 esa cifra podría triplicarse.


METAMORFOSIS

El ciclo del plástico

Detrás de cada objeto de plástico hay un recorrido que inicia con la extracción de materias primas y atraviesa varias etapas, hasta que, tarde o temprano, nos deshacemos de él.

En ese camino intervienen muchos actores: empresas que extraen y producen los materiales, otras que los transforman, personas que consumen y descartan, y quienes encaran el final del ciclo, lidiando con lo que queda, lo que sobra, lo que nadie quiere.

LA FÁBRICA DE LO COTIDIANO

Fabricando plástico

La mayor parte del plástico que empleamos a diario se produce a partir de petróleo o gas natural, extraídos mediante perforaciones en la tierra o en el lecho marino. De allí se obtiene una mezcla compleja que contiene miles de compuestos.

El petróleo y el gas natural se transportan a una planta industrial, donde se calientan o se enfrían respectivamente para separar la mezcla en distintas partes. Solo algunas de estas fracciones servirán como base para fabricar plásticos.

Después de la separación inicial, se realiza un refinamiento más fino para obtener los monómeros, los ladrillos con los que se construye el plástico.

Los monómeros se enlazan entre sí para formar estructuras de mayor tamaño: los polímeros.

Para que el polímero adquiera propiedades funcionales o estéticas, se le incorporan sustancias llamadas aditivos. Gracias a ellos, el plástico puede volverse más flexible, más duro, más brillante o más resistente.

Una vez mezclado, el plástico se enfría y se corta en pequeñas bolitas llamadas pellets.

Los pellets son fáciles de transportar y se usan como materia prima para fabricar objetos. Existen otras formas intermedias como polvos, escamas, fibras, pastas o líquidos.

El plástico se moldea en productos finales: envases, cables, cepillos de dientes u otros objetos.

Un material, muchos usos

El plástico se puede transformar en una amplia variedad de productos, principalmente, en aquellos que pertenecen a tres sectores clave de la industria: embalaje, construcción y transporte.

Créditos: PlasticsEurope

Y AHORA, ¿QUÉ HACEMOS CON ESTO?

Sabemos para qué sirve, aunque no tenemos idea de qué hacer con él después.

Lo usamos por conveniencia, lo desechamos por costumbre y esperamos —con suerte— que desaparezca por arte de magia. El resultado está a la vista: más del 75% del plástico producido en la historia ya es desecho. Y lo más inquietante: casi la mitad se fabricó después del año 2000.

Entonces, ¿qué pasa con ese plástico una vez que lo descartamos? ¿Quién se hace cargo? ¿Dónde termina?

En esta parada, abrimos la puerta a un tema incómodo pero urgente: el manejo de los residuos plásticos. Un asunto que intenta ponerse al día… mientras la montaña de basura no deja de crecer.

Cuando pensamos en basura, solemos creer que es el final del camino.

En realidad, eso marca apenas el inicio de otra etapa. El plástico que dejamos de usar no se esfuma. Sigue circulando, muchas veces sin control.

¿Final del camino?

No exactamente

BASURA CON PASAPORTE

No todos los residuos se gestionan en el mismo lugar que se producen. Hay desechos que viajan miles de kilómetros. Cambian de manos. Cruzan océanos. Y desembarcan en un país que, a menudo, ni siquiera sabríamos señalar en el mapa.

Durante años, exportar basura ha sido una práctica común. Una estrategia adoptada por los países ricos, que envían sus residuos a naciones que pueden procesarlo a menor costo. Se dice que es una forma eficiente de reciclar, donde cada parte parece salir beneficiada… al menos en teoría.

Lo cierto es que cada año, millones de toneladas de residuos cruzan fronteras sin garantías reales sobre su destino final.
Algunos se reciclan. Otros se incineran.
Pero muchos, la mayoría, acaban apilados en vertederos clandestinos, sin tratamiento ni control.

VIVIR ENVUELTOS

Llegamos hasta acá por hábitos, por inercia o por esa normalidad que no se cuestiona. Producir, usar y descartar. Unos pocos pasos repetidos millones de veces, sin necesidad de una catástrofe. El plástico nos facilitó la vida, sí. Pero a cambio nos dejó restos que no sabemos cómo procesar. Así, sin ruido, sin grandes titulares, fuimos alterando el orden natural de nuestro hogar, la Tierra.

Tres problemas, una misma raíz

Cambio climático

Al fabricar, transportar y desechar plástico, se liberan gases tóxicos que contribuyen al calentamiento global. No se nota enseguida, sin embargo cuando sucede, los efectos son drásticos: se alteran las estaciones, cambian los patrones de lluvia y aumentan los eventos extremos como incendios o sequías.Todo eso también es parte del precio.

Contaminación
Pérdida de biodiversidad

Se refiere a la presencia de materiales plásticos donde no deberían estar. Desde botellas en un arroyo hasta partículas invisibles en el aire. Está contaminación surge porque los residuos no se manejan como corresponde. No importa si están en tierra, agua o flotando en el viento. Allí donde se acumulan, alteran el equilibrio.

Cuando una especie desaparece, no es solo un nombre menos en una lista. Es un pedacito del sistema que deja de funcionar. Esta pérdida afecta procesos clave como la producción de alimentos, la filtración del agua o la polinización. Un ambiente con menor diversidad biológica es más frágil frente a los cambios.

PEQUEÑOS INVASORES

Nuestro cuerpo no es impermeable. Respiramos, comemos, tocamos… y los microplásticos lo aprovechan.

Los caminos internos del plástico

Detrás de un plástico colorido, flexible o brillante, hay algo más que un diseño bonito. Hay química.

Durante su fabricación se incorporan compuestos que le dan forma, color o resistencia.

El gran inconveniente es que esos elementos no siempre se quedan en su lugar.

Con el uso, algunos se desprenden, entran en el cuerpo y alteran algo que conviene no tocar: las hormonas.

Las mismas que regulan el sueño, el crecimiento, el apetito… o nuestro estado de ánimo.

Hormonas pirateadas

¿QUIÉN PAGA TU BOTELLA?

Cuando compramos un objeto de plástico (una bebida, una bandeja de fiambre o un paquete de galletitas), creemos que pagamos por el contenido, el envase y la marca.

Nada más equivocado. El precio que vemos no representa el costo real. Ese nunca figura en el ticket.

Cada año se producen cientos de millones de toneladas de plástico virgen.

En 2024 fueron más de 400 millones. ¿Por qué tantas?

Porque es barato. Tan barato que por cada tonelada reciclada se fabrican cinco nuevas.

Ese precio irrisorio sostiene un sistema que funciona bajo una lógica sencilla: fabricar, usar y descartar.

Un modelo cómodo, rápido, rentable para algunos... y muy caro para otros.

Las decisiones importantes las toman los países que están en la cima de la cadena productiva: los ganadores—productores, convertidores y diseñadores de envases. Ellos establecen qué se fabrica, cómo y para qué.

En cambio, los países de ingresos bajos y medios, junto con pequeños estados insulares reciben una fracción desproporcionada del daño. No producen en masa, pero sí enfrentan las consecuencias de una mala gestión del plástico a nivel mundial.

ROMPIENDO EL MOLDE

Nos acostumbramos a creer que bastaba con reciclar. Que dejar de usar pajitas de plástico o prohibir bolsas descartables podían resolver el problema. Y aunque estos gestos no están mal, se quedan cortos.

El plástico no es solo lo que vemos. Está en el aire que respiramos, en el agua que bebemos, en los alimentos que comemos…inclusive dentro de nuestros cuerpos. En pocas palabras, se encuentra en todas partes.

Por eso necesitamos ir más allá de las soluciones rápidas y locales. Hay que entender el recorrido completo, desde que se produce hasta que se descarta… o se descompone en fragmentos invisibles.

Apagar incendios ya no es suficiente. Es hora de dejar de encenderlos.

El desafío es grande, sí. No se concentra en un solo punto, sino que atraviesa el sistema entero. Y si nadie se mueve, nada cambia.

Es necesario que cada uno de los actores involucrados —productores, reguladores y consumidores— asuman su responsabilidad y actúen en consecuencia.

Por donde empezar

CAMBIAR EL CHIP, NO SOLO EL ENVASE

El plástico forma parte de nuestra vida. Crecimos con él. Y más allá de cualquier juicio, lo cierto es que lo necesitamos.

¿Te imaginás un hospital sin jeringas descartables o guantes? ¿Un auto sin piezas plásticas? ¿O un mundo sin teléfonos ni computadoras? Si, el peor de los escenarios.

Más que una cuestión de cantidad, el plástico se convirtió en una pieza imprescindible. Hoy, la mayoría de las cosas que usamos dependen, en algún nivel, de este material. Por eso, lo seguimos fabricando a gran escala.

El problema es que esta comodidad tiene un costo. Una factura que ya no cabe debajo de la alfombra. Tal vez, es el momento de hacernos cargo de aquello que venimos normalizando hace bastante rato.

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